domingo, 5 de diciembre de 2010

Salvador Pliego (México)


Donde yo te ubico
va un poco más allá de los colores,
va más allá de los linderos;
es un pedacito mío,
único e inconfundible,
revuelto entre mi mundo,
entre mi espacio, que es pequeño
y a la vez inmenso -así es mi universo:
intenso y predilecto-;
resguardado a todo asombro,
a todo resquebrajamiento,
pero impecable como él solo.
Le llamo: amor.
En él te ubico… y se alimenta de ti.


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Flor de los vientos

La flor es un fusil de amor,
un fusil de labios, rotundo y penetrante.
¡Qué canto te dijera si el cantar del mar viniera!

Quiero un arma silbando por el monte
y un silbido que cante un bello nombre:
pólvora de rosas y un cañón para escoltarte,
un colibrí hilando y el abeto, igual, a mil volando.

Quiero una batalla de lilas y amapolas
que tiñan con sus cuerpos de blanco las pupilas,
y al pétalo solfeando, airoso y ajetreando.
Ir a la explanada del poeta y a su casa
envuelto en esa manta de hierro y de campanas,
y el hierro que sea nube de mirlos y de calas;
enlistarme en una vista y amarle con su rima.

Quiero la poesía cargada y preñada,
dando a luz, bramando hasta que nazca:
de una mujer de pueblo rebelándose en la plaza,
de un niño en el corcel de madera y crianza,
de un campo de hombres, y nunca doblegada.

Quiero una ventana: jazmín, cobre y agitada;
un tintero libre y un octosílabo en recuadro;
que apunten a la voz, al cuello, al grito, del siempre partisano,
y del gerundio colgándose y temblando.

Por más fusil que lleve,
por mas letra vencida,
hay sangre en vez de plomo
y sangre respirando,
latir entre los codos de brazos despertando,
y un hombre en cada hombro: fusil de flor y asombro.

Por cada hombre respiro maíz, arroz y canto:
pólvora que viene de tierra, surco y cauce,
y hierve en los volcanes luchando al sembrarse.

Quiero mil batallas de lilas y amapolas,
que vayan todas juntas cargándose y unidas,
y cuando ya disparen, si es preciso,
desborden las pupilas sus flores amarillas.

Latir de los fusiles de cañas y cananas
cuando en las armas viven del pueblo sus labranzas
y besan en las ramas las rosas hilvanadas.

Cantares que se funden en pechos del obrero,
bigornias cual floreros domando los aceros,
y en mano de los cantos claveles engendrando.

Quiero mil batallas, y todas liberadas,
de lilas y amapolas floreando en las montañas,
y, si es preciso,
naciendo en las entrañas.

Fruto de las villas la crónica y garganta
que brota de la espiga de alguien que camina,
y cuando se cosecha, masa es su justicia.

Quiero las batallas, mil y mil batallas,
mil juntando miles, mil soldando todas,
de lilas y amapolas sumando a las begonias,
que forjen cada tallo, que limpien el arado,
que lleven en los dedos los callos del sembrado,
que apoyen en los hombros al hombre liberando
y, si es preciso y fuese necesario,
con flores en la mano para irles ya besando.


http://salvadorpliego.wordpress.com/

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